No será fácil para nosotros que estuvimos sentados en el recinto de la Cámara y, creemos, tampoco para muchos de aquellos que han seguido en directo por televisión la aprobación de la ley sobre ciudadanía para los hijos menores de extranjeros, olvidar la intensidad de las ideas y la moral que sobresalían de las palabras del colega Khalid Chaouki, hijo de inmigrantes y hoy partícipe de tantas batallas por los derechos civiles, al reconocer que un cambio histórico se estaba dando en nuestro país.
Se ha tratado de una elección al mismo tiempo necesaria, equilibrada y que ve más allá del horizonte. Necesaria porque nos ha permitido recuperar la brecha insostenible respecto a los países más avanzados y civilizados, de los cuales somos estrechísimos socios, que sobre estas cuestiones han legislado desde hace tiempo. Equilibrada porque el reconocimiento de los “nuevos italianos” ocurrió sin demagogia ni automatismos obsoletos, pero aplicando con sabiduría los principios jus soli temperado y del jus culturae, que son eficaces factores de integración y amalgama en las sociedades de acogida. Como la presencia en nuestras escuelas de cerca de un millón de niños extranjeros cotidianamente lo demuestra. Mirar más allá del horizonte impulsa a Italia en el camino ya recorrido por algunos grandes países que de la integración de millones de personas han recibido un empuje potente en su desarrollo y modernización.
La medida, como hemos declarado en el recinto y en todas las otras sedes políticas y parlamentarias, deja abierta algunas cuestiones, no menos importantes y urgentes, referidas a los italianos en el exterior. Hemos buscado de todas las maneras, con contactos políticos y enmiendas en comisión y en el recinto, proponer para ellas soluciones que desde hace años hemos indicado en propuestas de leyes específicas, presentadas antes que lo haya hecho cualquier otro parlamentario. Nos ha sido respondido que era preferible no poner en riesgo la especificidad de la medida, dedicada casi exclusivamente a menores extranjeros, y no confundir dos líneas de intervención trabajosamente construidas sobre la base de situaciones diversas. No se ha cerrado una puerta, por lo tanto, pero se ha pensado en afrontar la cuestión en primera instancia en el Senado, donde un proyecto de ley sobre el tema está en un avanzado estado de evaluación.
De frente a la complejidad del tema y a la objetiva dificultad de encontrar un camino que lleve a resultados concretos aparecen desoladoras y tristes las especulaciones propagandísticas que otros electos están intentando en estas horas. Hablamos del Hon. Picchi que en el recinto, sin haber movido jamás un dedo con la cuestión de la ciudadanía, ha señalado acusando a quienes están haciendo todo lo posible en el Parlamento para arribar a una solución positiva. Hablamos también del MAIE, que después de llegar últimos a la presentación del proyecto de ley en la materia, han hecho su definitiva homologación al alineamiento de centro-derecha (¡en nombre de la proclamada autonomía asociativa!) propinando las palabras de orden más vulgar para referirse a la inmigración y votando contra la medida. ¿Alguien puede decir por qué el mismo jus soli que ha servido a decenas de millones de italianos para convertirse en ciudadanos de pleno derecho en los respectivos países de emigración, se convierte en un atentado a la identidad nacional cuando se trata de personas que llegan a nosotros con la esperanza de salvar y mejorar sus vidas, como nosotros hemos hecho en realidades distintas a la nuestra? ¡Posiciones miserables y tristes!
Ellos, sin embargo, no han logrado menoscabar el notable paso de civilidad que se cumplirá con la aprobación de la nueva ley en el Senado y no agregan nada al compromiso, que continúa, para abrir proficuamente la página de la ciudadanía de los italianos en el exterior.
Farina, Fedi, Garavini, La Marca, Porta, Tacconi